Zulma Fraga: Los hijos no hablan


 
Foto: Juan Yanes
Los hijos no hablan

Ella es la mamá de la adolescente muerta. Violada y asesinada.
No somos amigas pero la conozco, mi hijo y la suya estaban en  el mismo curso y mi nena va también a esa escuela. Nos hemos visto en reuniones de padres, en los festejos escolares, nos cruzamos en el supermercado, en la farmacia; vivimos en el barrio, la ciudad es chica.
Me acerqué a ella después del horror, algo le dije, no sé muy bien qué, pero no he dejado de pensarla en estos meses, imagino cómo se siente, cómo será entrar al cuarto de la hija, ir sabiendo de a poco que faltaba a la escuela, que no estaba donde decía estar, que encontraron marihuana en su mochila; que tenía, poco más que niña, una vida sexual muy activa, que sus amigas la cubrían. Quizás, como el asesinato, todo esto le cayó encima de golpe o a lo mejor iba pensando, como yo, que hay un momento en que los hijos se transforman, no nos hablan, viven una vida de riesgo, propia y diferente de la nuestra.
Pensando como yo cuando veo en qué poco tiempo mi hijo ha pasado de ser ese niño risueño, alegre y bullicioso, a este que está en la casa como no estando, encerrado en su cuarto, que no me habla, que todavía, muy de vez en cuando, me abraza y me dice que me quiere. Ese desconocido que me dice que me quiere es el que la violó y la mató.

Historia como tantas

Se embarazó sobre el filo de los quince y no sabía de cuál de los pibes con los que solía cartonear, pero no le importó, porque vivía con su mamá, que  tenía como cinco o seis hijos y su hermana mayor que ya llevaba dos, y los cuidaban entre ellas. En verdad, estaba muy contenta porque por fin iba a tener algo propio, le puso un nombre que había oído por ahí y que le parecía que era fuerte, importante, como estaba segura de que iba a ser su hijo, que por suerte era varón, porque a los varones siempre les va mejor.
Kebin le puso. Cuando fue a anotarlo le preguntaron “¿b larga o v corta?” Ella no sabía, pero con b larga le pareció más importante.

Ahora vienen los pibes del barrio a buscarla y le dicen mataron al Kebin. Corre y allá en el baldío, con un tiro en la frente, está su hijo quinceañero, con ese nombre y tan muerto como el José, el Tito, el Orejas.




Eso, la vida

Tendrá, tal vez, ¿seis, siete años? Es oscura y feíta. Tiene un cráneo pequeño, la nariz y el mentón prominentes, un bellísimo pelo largo recogido en lo alto de la cabeza y cayendo luego hasta la mitad de la espalda en ondas suaves y brillantes. Tiene un vestido bonito.
Se sacude y grita un furioso AH AH AH. La mamá, con ella en brazos, se ubica en el primer asiento del colectivo, el papá al lado. La nena se agita y grita AH AH AH que a veces suena como ay ay ay. Pasa segundos en silencio y recomienza, o se mece y emite un aaaaa que es casi como canto.
El viaje es largo y los padres se turnan para sostenerla. Fuera de eso conversan, miran sus celulares, revisan juntos papeles, la vida de todos los días.


Subordinadas

La muchacha joven y morena que camina pasada la medianoche de un mes de julio helado, mientras cae una lluviecita que la va empapando y casi no siente, y hay bruma; que tiene un embarazo de cinco meses no querido, que está tan sola y se ve sin salidas, que entra en una de las pocas plazas de Buenos Aires todavía no cerradas; que se mece largamente y llora, que hacia la madrugada se cuelga de uno de esos travesaños de los columpios y pende en la neblina que se va espesando, dulce flor que la ciudad se traga.

Apagón y después


para el Tucu Gómez

Tarde a la noche se cortó la luz. La oscuridad y el calor agobiante cayeron sobre la gente, como una lona pesada.
Alguien canta. Es un murmullo, un tarareo suave, alguien prueba el sonido, la garganta. Una voz de hombre, bella, ronca, bien entonada, irrumpe entonces.
“Acaso te llamaras solamente María,/ no sé si eras el eco de una vieja canción,/ pero hace mucho mucho…”
Hay gente en las ventanas, los balcones, qué se puede hacer cuando se corta la luz y el calor es terrible.
Alguien se suma a la canción, y luego otras voces, viejas, jóvenes, varones y mujeres, más o menos entonados.
“…pero tus manos buenas retornaron presentes/para curar mi fiebre desteñida de amor./ María, en las sombras de mi pieza…”
Sentado es su balcón, con un vaso de whisky en la mano, quien empezó el canto es un hombre solo, muy viejo, casi ciego.


***

Zulma Fraga: nació en Realicó, La Pampa, pero vive y trabaja en Buenos Aires, Argentina.
Publicó Relatos del Piso 12, cuentos, Marginales, relatos breves, el músico y Angelita, novela; cuerpos en tránsito, poesía; Subirse al micro, microrrelatos.
Ha sido incluida en diferentes publicaciones del país y el extranjero y en las Antologías Relatos para Sallent, Sallent de Gállego, España. Grageas. Antología de 100 cuentos breves de todo el mundo, Buenos Aires, Argentina. Cielo de Relámpagos, antología de microficciones de autores latinoamericanos, Neuquén, Argentina. V y VI Encuentro Nacional de Narrativa, Bialet Massé, Córdoba, Argentina, 2009 y 2010, ¡Basta!, cien mujeres contra la violencia de género.
Ha participado en distintas actividades multimedia con poesía y narrativa y ha recibido premios por su obra en el país y el extranjero.       
Condujo desde 1996 hasta 2007 el programa radial Contextos y es codirectora de Editorial Piso12.